¡AY QUÉ OLOR TAN RICO!
¡Ay qué olor tan rico! La frase resonó en sus oídos llena de
música. El olor a bizcocho recién hecho impregnó toda la vivienda, dándole un
aroma a bienvenida, a reunión de amigos alrededor de la mesa, a desayuno de
familia, a hogar acogedor.
El eco de la
voz varonil seguía resonando en su cabeza. Hacía varios meses que no se ponía a
cocinar. La última vez que lo hizo, al escuchar su voz, salió huyendo de la
casa. Ahora se reía de ella misma, de su cobardía, de no haber entendido nada
en aquella ocasión. Su risa se unió a las lagrimas que se deslizaban despacio
por sus mejillas, haciendo con las dos
una metáfora de la vida. Llorar, reír. Sollozar, sonreír. Odiar, amar.
Vivir, morir. Alternancia entre lo soñado y la realidad, entre sus anhelos y
sus conquistas, entre sus sueños y la dificultad de vivir.
Ella
era…como su bizcocho. Amasada con los ingredientes de su existencia, para luego
dejarse comer. Y poder escuchar esa frase que contenía toda la ternura, todo el
amor, todo lo que le hacía sentirse viva, en la voz de aquel a quien amaba: ¡Ay
qué olor tan rico! Por él había cocinado hoy, por él estaba poniendo en la mesa
dos tazas, dos cucharillas, el café, la leche, la sacarina, dos platos, dos
servilletas, dos sillas y su bizcocho.
Se sentó
ante la silla vacía. Cortó un trozo de bizcocho y comenzó a paladearlo. No
ocurrió nada. El silencio seguía inundando toda la casa. Triste y decepcionada,
decidió acostarse. Apagó la luz. Cerró los ojos y quiso convencerse de que su
mente le había vuelto a jugar una mala pasada.
Sintió su
corazón quebrarse por el dolor. Unos pasos familiares la pusieron en alerta de
nuevo. No había nadie en el piso aparte de ella. Se levantó y se fue hacia el
salón. Mientras abría despacio la puerta, su mente le recordaba que cuando uno
se muere, no vuelve y menos para alabar su bizcocho. No la escuchó. Y allí,
encima de la mesa, descubrió un trozo de bizcocho delante de la silla que ella
le había preparado.
Cortame un trocito de bizcocho, anda, que todavía llega el olor, rico rico y apetece, jeje.
ResponderEliminarUn buen relato.