jueves, 9 de mayo de 2013



¡PERO QUE CONTENTO ESTOY!


¡No todo está perdido! se repetía mientras cerraba la maleta. Salió de la casa, cogió el coche y comenzó su viaje. Volvía al campo, al sitio dónde nació y pasó su adolescencia. La vida a veces, no responde a nuestras expectativas y entonces, es mejor cambiar el destino.

Los árboles, las montañas, le dieron la bienvenida de una manera cálida y sosegada. Conforme consumía km, sus angustias y sus miedos se fueron quedando atrás. Un indicador señalaba un pueblo: “Pontones. Nacimiento del  Rio Segura”. Cambió su rumbo y se dirigió allí.

El olor a pan y a dulces del pueblo le devolvió su niñez. Compró tortas de anís y piropeó a la vendedora, que con una sonrisa le dijo:

-Gracias. Pero vos sois…un poco malote.

Él le devolvió la sonrisa y se comió una torta, deleitándose con el sabor del ajonjolí que crujía en su boca. El camino le esperaba y fue a su encuentro, y el silencio le abrazó con dulzura. Un campo de flores silvestres le regaló olores y colores que colmaron de ilusión su corazón. Aceleró el paso para encontrarse con el Segura, que bajaba convertido en un torrente y le saludaba con el tintinar del agua.

Se sintió niño de nuevo y comenzó a correr, corría contra el tiempo para recuperar…no sabía qué. Llegó jadeante al nacimiento del rio y descubrió que lo estaba esperando, a él, sólo a él. Se sentó a contemplar el estanque, su contorno redondeado, su agua transparente. Como nadie le veía, le dio un beso lábil al árbol que lo cobijaba. Cuando se miró hacia dentro, descubrió que ya no era el mismo.

Se quedó mirando el estanque. Su forma le recordaba a una placenta humana, que le invitaba  a meterse en ella. Vio como salían burbujas del fondo y provocaban un inapreciable oleaje. Un cartel decía: “Prohibido bañarse”.

Miró hacia todos lados. No había nadie. Sus ojos se volvieron chispeantes, sus manos parecían tirillas que corrían de un lado a otro. El rio, zalamero, le llamaba.

Olvidó el cartel y desnudo, se sumergió en el agua.